Se sentía perdida y sin fuerzas. Tal vez no lo pensó demasiado, pero la fuerza interior que le empujó a tirar hacia adelante con ello la mantenía en pie. Nunca tuvo dudas, a pesar de las dificultades, de estar sola frente a todo, de esconderlo al mundo, jamás dudó de que era lo que quería. Porque tal vez fue el fruto de un amor no correspondido, tal vez, tan sólo, de un momento de pasión y locura, pero lo cierto es que, en cualquiera de los casos, siempre sintió que debía seguir con ello, debía tener a su bebé.
María se levantó agotada esa mañana, el calor era insoportable, y ella vestía ceñida para disimular su estado. Aun así, lucía espectacular ese día. Su pelo recogido en un hermoso moño alto, sus ojos color verdosos con un toque de miel, de mirada pura y sonrisa dulce. Poseía una belleza espectacular, que no pasaba desapercibida ante nadie. Se miró al espejo antes de salir y sonrió, para ella, y para la vida que crecía en su interior, todo irá bien, se decía.
Había quedado con su hermano y su cuñada para ir a misa. Durante la eucaristía, se notó mareada. Se sentó para recomponerse, mientras se abanicaba. Al salir, y mientras la gente charlaba distendidamente, su cuñada Julia que la conocía bien, se acercó preocupándose por ella.
No hicieron falta palabras, tan sólo con una mirada supo lo que sucedía. María le suplicó que no le dijera nada a su hermano, ella lo haría en su momento. La complicidad entre cuñadas era sincera, y Julia respetó su decisión.
Quedaban pocos meses para el momento, y se debatía entre varias opciones cuándo éste llegara, aunque todo la llevaba a la que dictaba su corazón. Sabía que, en su situación, no podría hacerse cargo de otro hijo, pero tampoco quería desprenderse de él y desaparecer de su vida. No sería fácil, pero debía intentar por todos los medios que así fuera. La única persona que haría algo así por ella, era una de sus hermanas. Lola se encontraba en esos momentos viviendo en el norte, con su pareja. Ya cuidaba de su hija de 7 años, a la que habían acogido como tíos, y que ya para siempre se quedaría con ellos. El amor entre hermanas era tan inmenso, que María sabía que no sólo era su única opción, si no la mejor.
Pasó el verano, no sin cierto apuro, y el otoño le dio un respiro a su avanzado estado. Su médico de confianza le dijo que más o menos debería ser para mediados de noviembre. Conforme se acercaba la fecha, su estado anímico iba empeorando. Por un lado, sentía muchas ganas de verle la carita y tenerla en sus brazos. Pero por el otro, sentía una inmensa desazón, porque la realidad era, que eso duraría poco y que lo más sensato sería separarse, para darle una mejor vida sin duda.
Le dijo a su madre que se iba a ver a su hija. Se quedaría en casa de su hermana unas semanas. Subió al tren un 20 de octubre, quería llegar con tiempo, pues no sabía con certeza cuándo sería.
En la maleta poca ropa para ella y un precioso ajuar de bebé, hecho con puntadas de amor y de temor a partes iguales. A escondidas y con sumo cuidado de que nadie encontrara su tesoro, fue reuniendo lo que serían sus primeras ropitas.
Durante las 10 horas de viaje, apenas comió, durmió poco y lloró mucho. Sabía que ella no podría cuidarlo, sabía que estaría en las mejores manos y que siempre estaría al corriente de su vida, que no sería una separación definitiva, pero aún así y no siendo su primer hijo, le invadía una profunda tristeza. ¿Debería haber abortado y no estar ahora en esa situación? Sentía que la respuesta era que no cuando ese pensamiento cruzaba por su mente.
Tras la última llorera se quedó dormida. Se despertó con dolor en todo el cuerpo cuando anunciaban la llegada a la estación de Atxuri.
Al bajar del tren allí estaban las tres personas que serían su eje en esos momentos. Todo el pilar sobre el que sostenerse. Se abrazó a su hermana en silencio y se hablaron con la mirada. Besó a su hija con cariño y le dio a su cuñado un sentido abrazo. El nudo de emociones era tan inmenso, que no pudo mediar palabra.
Emprendieron el camino a la casa escuchando las anécdotas del colegio de su hija. Eso la hizo sonreír y olvidar.
Esa noche cayó rendida, no fue solo por el viaje en tren, si no por el camino durante los ocho meses anteriores, demasiada carga para ella sola, demasiada tensión y sentimientos encontrados. Esa noche se dejó mimar y cuidar, allí no tenía nada que esconder y pudo sentir su embarazo por primera vez en libertad, aunque fuera ya en la recta final del mismo. Se durmió acariciando su vientre, sonrió para sí y repitió, todo irá bien….
El día de todos los santos hacía un sol radiante. Decidieron dar un paseo por la zona medieval del barrio. Era precioso y cargado de historia. Como ella, que estaba radiante ese día.
Al acostarse sintió que el momento se acercaba, así es que se dejó todo preparado junto a la cama. Sobre las tres de la mañana se despertó con fuertes dolores. Llamó a su hermana y media hora más tarde se dirigían a la clínica.
En la sala de espera, Lola y Miguel tomaban un café para mantenerse despiertos. Estaban nerviosos y emocionados. Sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre.
Eran las 14:30h del día 2, cuando la tuvo. Una preciosa niña rubia de enormes ojos que la miró nada más verla. Con su mirada parecía decirle… tranquila mamá, todo irá bien….
Continuará……